Panoramas de futuroMuseo y fuego: la telepatrimonialización.

Museo y fuego: la telepatrimonialización.

Manuel Zúñiga interroga los efectos de la pandemia en la cultura. Destaca la presencia de la digitalización de los contenidos y la formación de patrimonios culturales. La incertidumbre de un futuro debe verse con el filtro de que la crisis actual pudo anticiparse y que el futuro tendrá los matices de la cultura digitalizada.

¿Qué museos avisaron el fuego que hoy presenciamos?

¿Un museo del futuro, hoy, de qué podría avisarnos? ¿Qué expondría entonces, hoy día, un museo de este tipo? 

Título: Acoso / Técnica: Tinta china sobre bristol / Año: 2002 / Autor: Manuel Zuñiga.

El fuego en el título, como metáfora, hace referencia a una cierta capacidad intelectual para generar discursos que, al cabo del tiempo, en el futuro, resultan pasar por “anticipaciones”, condición inicialmente atribuida al filósofo Walter Benjamín como parte de su pensamiento postmoderno respecto al rol de la tecnología y su influencia en la experiencia estética, cuando, por ejemplo, declaró la ubicuidad de lo audiovisual, como una cualidad de dios, ahora posible por el hombre.

Ahora, en el plano de los museos, y en ocasión de la invitación que el equipo del proyecto Museo del Futuro me hace, de aportar algunas reflexiones sobre la posibilidad de su existencia, surgen algunas preguntas cómo ¿Qué museos avisaron el fuego que hoy presenciamos? ¿Un museo del futuro, hoy, de qué podría avisarnos? ¿Qué expondría entonces, hoy día, un museo de este tipo? Y porque es innegable la tragedia humana, económica, social y cultural, que ha representado el avance del virus SarsCovid19 y la implementación de las medidas de contención y distanciamiento, que la pregunta por “los avisadores de este fuego” para esta reflexión, que busca abonar ese fuego, cobra relevancia.

A los museos se le han encomendado misiones algo contrarias a la anticipación. Aunque bien pretendan que, con la valoración: conservación, divulgación y exhibición de sus colecciones el futuro sea distinto (mejor), en tanto que con ellas -y en el presente- se valore/revise el pasado, no necesariamente su preocupación es la pre-decir lo que en el futuro ocurrirá, por lo tanto, si tal posibilidad se asumiera intencionalmente, generando contenidos con pretensión de ser anticipatorios sin esconder el presente bajo “otros ropajes” como Mateu Cabot (2008) nos recuerdan ocurrió con las novelas del “futuro” de Jules Gabriel Verne (como un presente pre-tecnológico repleto de cachivaches), tendrían que entrar a considerar al menos cómo se valoraría el patrimonio sin humanos presentes.

A propósito de ausencias de personas, según el informe de la Organización Mundial del Trabajo (mayo de 2020), el 94% confirmó que su patrimonio vivo se ha visto afectado por la pandemia, y el 59% mencionó soluciones innovadoras para la transmisión del patrimonio vivo. Por otro lado, en el informe Cultura en Crisis de la UNESCO (2020), se afirma que “Las comunidades exploran nuevas formas de expresar, transmitir y salvaguardar su patrimonio vivo a pesar de las restricciones de distanciamiento físico, utilizando principalmente la tecnología digital y las redes sociales, y encontrando espacios escénicos alternativos” (UNESCO 2020). Querrá decir que, en ausencia de personas que hagan uso de las distintas formas del patrimonio, ¿se compromete dicha valoración? ¿pierde intensidad?

Se sabe que por su interacción con el medio ambiente y en ausencia de personas que los usen y conserven, algunos Bienes de Interés Cultural (BIC) en espacios públicos, como monumentos, esculturas, fortificaciones, podrían sufrir deterioro y afectaciones físicas, asunto que comprometería la memoria, la herencia y la identidad de los colectivos humanos. En contra de los procesos naturales que afectan la permanencia de la materia, se entiende la necesidad histórica y cultural de conservarlos a toda costa, lo cual exige la intervención de profesionales expertos, mano de obra y presupuestos, todo ello seriamente comprometido en lo que va de la cuarentena y la su reactivación post pandemia, porque urge ponerlo a poner en valor.

Algo similar ocurre con el Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) “conformado por los usos, prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas tradicionales que se transmiten de generación en generación y reafirman la identidad de una comunidad, colectividad o grupo humano” (Mincultura, 2017). Las similitudes con los BIC están en el uso y valoración que vendrían por cuenta de su práctica, una que antes del Covid19 ocurría en las calles, las esquinas, en los hogares, en todos los casos, como asuntos colectivos, comunitarios, entre personas.

Ahora, si los valores que las personas depositaron en objetos y prácticas son un factor que determina su condición patrimonial, y bajo el supuesto que los valores no pueden existir por sí mismos, en ausencia de las personas su valoración se verá comprometida. Para José Castillo Ruiz (2007), la idea del valor que en términos autenticidad, antigüedad y forma otorgan saberes expertos, se contrapone al valor que otorgan las personas, ya que bastaría el argumento de un experto para superar la vida “parasitaria” que, para Frondizi (1994), condena al objeto al valor otorgado por las personas, quien usan los BIC y practica el PCI.

Recientemente hemos visto cómo, a raíz del confinamiento voluntario e indefinido, se fomentó el consumo de contenidos culturales a través de las tecnologías de la información y la comunicación: videos, podcats, fotografías, animaciones, instructivos, recorridos, en fin, asunto que en parte se explica porque, en el fondo, subsiste la preocupación de perder el vínculo de las personas con el patrimonio, y lo virtual sostendría tal posibilidad. Esta forma de sostener el vínculo con las prácticas y los bienes plantea de hecho que son las personas y no los objetos, quienes otorgan sentido, aunque esto ocurra a través de contenidos elaborados por expertos.

Así, el reciente despliegue tecnológico es entendido como necesario para no olvidar lo que afuera nos espera, sosteniendo el vínculo, así sea tele remotamente. La tecnología como el modo de alimentar la nostalgia se instaura y la teleapropiación del patrimonio, o la telepatrimonialización, se presenta como un modo inusual de percibir el patrimonio. Se sabe de procesos de patrimonialización que avanzan desde lo virtual con tal de sortear las limitaciones de aglomeración, otros, esperan que existan las condiciones de presencialidad para su realización, en todo caso, el temor perder la valoración del patrimonio es tan fuerte que, al menos en tiempos de Covid19, se procuró sostener teleremotamente.

Mucha de tecnología que usamos ya es parte de lo que valoramos como patrimonio, por ejemplo, la radio, los video juegos, los archivos análogos, que, en tiempos de distanciamiento social, su uso se volcó en función de la valoración del patrimonio cultural de bienes muebles o inmateriales, donde la telepresencia, entendida como mediación que permite a las personas sentirse presente, cobraron fuerza. Jugando a ser fuego, los museos que se animen a proponer discursos anticipatorios, según Cabot (2008), no tendrían en inventar nada, porque “lo nuevo” nace de las limitaciones de lo viejo y de la experiencia formada entre lo viejo, y sí de criticar ideologías dominantes con tal de recuperar la promesa de vida humana en la catástrofe: la no presencia humana en relación con el patrimonio.

Y ya que, como lo escribió Marx, “todo lo sólido se disuelve en el aire”, una forma de preservar la vida cuando la presencialidad no sea posible, los drones, ya no tan nuevos, podrían funcionar para llevar el patrimonio hasta las personas, o el patrimonio a domicilio, creando el sujeto para el cual están destinados. Así las cosas ¿Cuáles podrían ser esas apuestas? 

 

Cartagena de Indias, 10 de junio de 2021

 

1. Por patrimonio, entendemos “el conjunto de bienes culturales y naturales, tangibles e intangibles, generados localmente, y que una generación hereda / transmite a la siguiente con el propósito de preservar, continuar y acrecentar dicha herencia” (DeCarli, 2006), y que, de ese uso, entendido como experiencia, casi siempre presencial, otorgan un valor a dicho patrimonio.

Fotografía tomada de: tupatin.es

Fotografía tomada de: tupatin.es

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Manuel Zuñiga Muñoz:

Artista investigador, curador, docente universitario. Maestro en Artes Plásticas. Especialista en Administración Ambiental de Zonas Costeras. Magister en Desarrollo y Cultura. Doctorando en Pensamiento Complejo. Para Académico SACES MinEducación. Par evaluador e Investigador Junior MinCiencias. Director, Museo de Arte y Medio Ambiente – MuMar, Cartagena de Indias (2012-2017). Coordinador de Investigaciones, UTADEO Seccional Caribe (2015-2018). Director, Casa Museo Rafael Núñez, Cartagena de Indias. (2018-2020). Asesor técnico y estratégico, Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena – IPCC (2020 – mayo 2021).

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